Donald Trump y America Latina

Donald Trump y America Latina

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La toma de posesión del nuevo Presidente de los EE.UU ha dado inicio a una nueva era marcada inicialmente por la incertidumbre y las expectativas de medir en hechos y políticas concretas las diversas y contradictorias afirmaciones  de este multimillonario sin mucha experiencia política que va a dirigir,  al menos durante los próximos cuatro años, el Gobierno del país más poderoso del mundo. En el caso de América Latina, dada la proximidad geográfica y su influencia  en la región, los cambios de las políticas norteamericanas pueden conllevar importantes consecuencias.

Si hay una región donde la administración Obama puede presumir de haber logrado avances en sus posiciones es sin duda Latinoamérica. En ocho años Obama consiguió re-establecer en buena medida la tradicional influencia y hegemonía de los EE.UU en el sub-continente, incluyendo la recuperación de las recetas neo-liberales en importantes países de la región, como son Brasil y Argentina.

Avances de la derecha en síntesis

Los principales éxitos políticos y económicos de las oligarquías regionales, siempre fieles seguidores y aliados de los EE.UU, se han traducido en la victoria electoral en Argentina mediante el Gobierno  encabezado por Mauricio Macri quién ha aplicado sin ninguna transición una férrea política neoliberal acompañada de altos costos sociales: despidos masivos en la administración, reducción de prestaciones sociales, privatizaciones, reducción de impuestos a los grandes propietarios exportadores, un costoso arreglo ante las reclamaciones de los fondos buitres internacionales y consecuentemente un crecimiento incontrolado del endeudamiento público.

Un panorama similar se puede observar en Brasil, con la diferencia que en este caso el poder ha sido ocupado sin votos ni legitimidad, mediante un verdadero golpe legislativo ejecutado por un parlamento y un senado plagado de corrupción (el 60% de los miembros de ambas  cámaras está bajo investigación y procesos abiertos).

Estas recuperación de posiciones  de la derecha tradicional se ha traducido rápidamente en calculados ataques a los procesos de integración regionales que venían marcando dinámicas colectivas en las últimas dos décadas. La mejor muestra, sin duda, ha sido la exclusión ilegítima e ilegal de Venezuela del Mercosur bajo argumentos netamente políticos por parte de Brasil, Argentina y Paraguay, con la vergonzosa inacción del Gobierno uruguayo.

Las victorias en los dos últimos años de grupos de la derecha más conservadora y religiosa en los casos de Guatemala y Perú, y la nueva presidencia de la siempre moderada Michele Bachelet en Chile para que todo siga igual en este importante enclave neo-liberal, son puntos importantes a sumar en la recuperación de la influencia de los aliados ”nacionales” de los EE.UU.

Una mirada al bloque progresista. La batalla por Venezuela y el caso Ecuador

Un repaso rápido en las relaciones de fuerza en la zona pasa obligatoriamente por mirar al bloque progresista regional  que marcó en gran medida los avances políticos, sociales y de integración que ha vivido durante los últimos 20 años América Latina. A las pérdidas de Brasil y Argentina ya señaladas, habría que sumarle la crisis económica, política y social que vive el proceso Bolivariano venezolano, desde la pérdida física del Comandante Hugo Chávez. Una crisis de proyecto que se traduce en estructuras políticas desgastadas, corrupción de elites administrativas, un modelo económico y social clientelista basado exclusivamente en la exportación de hidrocarburos.

El descenso de los precios del petróleo, una guerra económica despiadada, la agresividad e intervención de las políticas norteamericanas (calificando por dos años consecutivos a Venezuela como “peligro” para su seguridad nacional) y los errores internos se han traducido en un desgaste de la legitimidad social de la Revolución Bolivariana, que perdió las últimas elecciones legislativas de manera clara y contundente. La batalla por Venezuela resulta en el contexto regional un tema claramente estratégico y definitorio.

Por lo demás en el lado popular y progresista hay que constatar la estabilidad en Bolivia y la renovación del mandato de Daniel Ortega en Nicaragua (un sistema que se asemeja cada vez más a una estructura familiar, con las debilidades y riesgos que eso puede conllevar en un futuro), y sumarle el reciente triunfo de la candidatura presidencial de la Alianza País en Ecuador. Una victoria con margen de un 2% de voto popular que equilibra en cierta medida las pérdidas y desgastes del bloque de integración y colaboración fundado por Chávez, el ALBA.

Estudios de casos claves para la nueva etapa Trump: México, Cuba y la paz en Colombia

La nueva Administración norteamericana ha estado en sus primeros meses más ocupada en temas internos y de reordenación de sus relaciones con la UE, Rusia, la OTAN, Oriente Medio y China que en lo que se refiere a sus intereses en América Latina, con la excepción de México. Dado que el enorme país latino del norte de América fue piedra angular y muy polémica en la campaña electoral del nuevo Presidente, la nueva Administración ha reiterado su propósito de completar el blindaje de la frontera común (ya iniciada, sin tanto ruido mediático, durante las etapas  de George W. Busch y Barack Obama), al tiempo que manifestaba claramente su propósito de revisar a fondo el Tratado de Libre Comercio vigente entre EE.UU, Canadá y México, con la firme intención de abandonar la reciprocidad en esas relaciones económico-comerciales.

No se puede dejar de señalar que una “extensión regional” de la política de los EE.UU hacia México, en lo económico, comercial y migratorio, podría conllevar paradójicamente serios problemas y contradicciones con los sectores, tanto gobernantes como opositores, de orientación neo-liberal en la región, tradicionales aliados y amigos de las políticas norteamericanas en la zona.

En el caso de Cuba, al parecer siempre especial y con amplias repercusiones en lo simbólico, poco se conoce de movimientos o avances en la normalización de relaciones, Obama dejó la puerta abierta con su decisión de restablecer las relaciones diplomáticas tras 55 años de acoso y agresividad, y en apenas un año el camino recorrido si bien podría parecer escaso a algunos la verdad es que sentó bases firmes sobre las cuales avanzar (apertura de Embajadas, acuerdos en temas medio-ambientales, control de tráfico de drogas, seguridad común, y la muy importante reversión de la política migratoria de “pies mojados-pies secos” que siempre ha distorsionado el problema migratorio transformando esa realidad, propia de toda la  región, en un tema político de agresión.

La duda en el caso Cuba-USA se puede resumir en un matiz fundamental ¿La nueva Administración norteamericana seguirá la senda abierta por Obama, o introducirá exigencias y contrapartidas políticas a lo interno? En el segundo caso es bien conocida la alta sensibilidad del Gobierno de la Habana a cualquier injerencia externa, aun a pesar de la siempre delicada situación económica y social interna, por lo que en la práctica supondría seguramente una congelación o dilatación del proceso de “normalización”.

Para finalizar por ahora esta mirada a los principales acontecimientos y tendencias en la Latinoamérica de los últimos meses, no podemos dejar de poner la mirada en los Acuerdos de paz para Colombia, firmados entre el Gobierno y las FARC-EP, aun pendientes de completar con un acuerdo similar entre las autoridades y el ELN.

El más serio y transcendental  intento mancomunado de erradicar la violencia de la vida política colombiana, tras casi seis décadas de conflicto civil, se ha visto empañado en sus inicios por una reactivación de los asesinatos selectivos de líderes sociales, campesinos y sindicales, ejecutados por grupos paramilitares apoyados y financiados por un sector de la oligarquía disidente de la política gubernamental, cuyo mayor exponente público es sin duda el exPresidente Alvaro Uribe.

Poner en práctica los Acuerdos de Paz de La Habana en medio del contexto regional que hemos descrito supone un reto estratégico para la sociedad colombiana. Las transformaciones agrarias, la participación ciudadana y civil, una democracia real que permita la confrontación pacífica de proyectos e ideas sin perder la vida en el intento, el tema de la gestión y manejo de los numerosos y codiciados recursos naturales y riquezas del país, constituyen el telón de fondo para edificar la paz o por el contrario proseguir la guerra mediante otras formas, siglas y fenómenos.

En dirección a la paz en Colombia  la posición de la administración Obama fue bastante clara, la de Trump aún está por definirse en la práctica. Una actitud clara o ambigua por parte de los EE.UU resulta fundamental si tenemos en cuenta que el partido colombiano de los “enemigos de la paz” fueron apoyados a todo lo largo del conflicto por los Gobiernos de los EE.UU de turno, y en ese sentido basta con nombrar los más recientes  ”Plan Colombia” y “Patriota” aplicados en los últimos 20 años. Miles de millones de dólares empleados en inteligencia e intervención militar directa,  destinados inútilmente al exterminio de una disidencia siempre etiquetada como “guerrilleros y terroristas” , con el sangrante resultado de miles de víctimas que llevan marca “made in usa”.



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