El nuevo liderazgo mundial de China

El nuevo liderazgo mundial de China

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Nueva York.– La mayor noticia económica del año llegó casi sin aviso: China ha reemplazado a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, según los encargados de llevar las cuentas en el Fondo Monetario Internacional. Por otra parte, en estos momentos en que el estatus geopolítico de China aumenta rápidamente junto con su poderío económico, EE. UU. continúa dilapidando su liderazgo mundial, debido a la irrestricta codicia de sus elites políticas y económicas, y a la trampa que se autoimpuso con la guerra perpetua en Oriente Medio.

Según el FMI, el PIB de China será de 17,6 billones de USD en 2014, con el que tomará la delantera frente a EE. UU. y su producto de 17,4 billones de USD. Por supuesto, como la población china es cuatro veces mayor, su PBI per cápita (de 12,900 USD) todavía no llega a ser un cuarto de los 54,000 USD que registró EE. UU., con un nivel de vida mucho más elevado.

El surgimiento de China es trascendental, pero también implica el regreso a una situación existente. Después de todo, China ha sido el país más populoso del mundo desde que se convirtió en un estado unificado hace más de 2000 años; tiene entonces sentido que sea también la mayor de sus economías. De hecho, la evidencia sugiere que la economía China era mayor (en términos de paridad del poder adquisitivo) que cualquier otra en el mundo hasta aproximadamente 1889, cuando EE. UU. la eclipsó. Ahora, 125 años más tarde, la clasificación ha vuelto a invertirse después de décadas de rápido crecimiento económico en China.

Con el aumento de su poder económico, también llegó la influencia geopolítica. Los líderes chinos son agasajados en todo el mundo y muchos países europeos perciben a China como la clave para un mayor crecimiento local. Los líderes africanos ven a China como un nuevo socio indispensable para el crecimiento, especialmente para el desarrollo de la infraestructura y los negocios.

De manera similar, los estrategas económicos y líderes de negocios latinoamericanos ahora consideran a China al menos tanto como a EE. UU. China y Japón parecen estar dando pasos en pos de mejorar sus relaciones, luego de un período de mucha tensión. Incluso Rusia se ha «inclinado» recientemente hacia China y estableció con ella vínculos más fuertes en muchos frentes, incluidos la energía y el transporte.

Como EE. UU. después de la Segunda Guerra Mundial, China está aportando mucho dinero a la construcción de fuertes vínculos de infraestructura con países en todo el mundo. Esto permitirá que otros países estimulen su propio crecimiento y consoliden el crecimiento económico y el liderazgo geopolítico chinos.

La cantidad de iniciativas chinas es impresionante. Tan solo el año pasado, China lanzó cuatro grandes proyectos que prometen darle un papel mucho más amplio en el comercio y las finanzas mundiales. China se unió a Rusia, Brasil, India y Sudáfrica para establecer el Nuevo Banco de Desarrollo, que tendrá base en Shanghái. Un nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, que tendrá sede en Beijing, ayudará a financiar proyectos de infraestructura (carreteras, energía y ferrocarril, entre otros) en la región. El cinturón económico de la Nueva Ruta de la Seda buscará conectar a China con las economías de Asia Oriental, Asia del Sur, Asia Central y Europa mediante una red ampliada de ferrocarriles, autopistas, energía y fibra óptica. Y la nueva Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI busca potenciar el comercio oceánico en Asia Oriental y el océano Índico.

En su conjunto, estas diversas iniciativas probablemente generarán cientos de miles de millones de dólares en inversiones durante la próxima década, acelerando el crecimiento en los países homólogos y profundizará su producción, comercio y vínculos financieros con China.

Todo esto no tiene garantía éxito ni es seguro que avance sin obstáculos, China enfrenta enormes desafíos internos, incluida una elevada y creciente desigualdad en el ingreso, la masiva contaminación del aire y el agua, la necesidad de pasar a una economía con baja huella de carbono y los mismos riesgos financieros que conllevan las inestabilidades en los mercados financieros que atormentan a EE. UU. y Europa. Y si China se torna demasiado agresiva con sus vecinos –por ejemplo, exigiendo derechos sobre el petróleo costa afuera o territorios en aguas en litigio– generará una grave reacción diplomática. No hay por qué suponer que China (o ningún otro país) encontrará el camino libre de obstáculos en los próximos años.

Sin embargo, es sorprendente que al mismo tiempo que China mejora económica y geopolíticamente, EE. UU. parece estar haciendo todo lo posible para desperdiciar sus propias ventajas económicas, tecnológicas y geopolíticas. El sistema político estadounidense ha quedado atrapado por la codicia de sus elites adineradas, cuyo limitado objetivo es reducir los impuestos corporativos y personales, maximizar sus enormes fortunas personales y restringir el liderazgo constructivo de EE. UU. en el desarrollo económico mundial. Desprecian de tal manera la asistencia de EE. UU. al extranjero que han dejado abiertas de par en par las puertas para el nuevo liderazgo mundial de China para el financiamiento del desarrollo.

Aún peor, mientras China entra en calor para actuar en la arena geopolítica, la única política exterior que EE. UU. continúa sistemáticamente es una incesante e infructuosa guerra en Oriente Medio. EE. UU. rápidamente agota sus recursos y energía en Siria e Irak, como alguna vez lo hizo en Vietnam. China, mientras tanto, ha evitado enredarse en debacles en el extranjero, enfatizando en su lugar las iniciativas económicas ganar-ganar.

El crecimiento económico de China puede ayudar al bienestar mundial si sus líderes enfatizan la inversión en infraestructura, energía limpia, salud pública y otras prioridades internacionales. De todas formas, el mundo estaría mejor si EE. UU. también continuara un liderazgo constructivo junto con China. El reciente anuncio por los presidentes Barack Obama y Xi Jinping de acuerdos bilaterales sobre el cambio climático y la energía limpia muestran lo mejor de lo que puede lograrse. La perpetua guerra estadounidense en Oriente Medio, lo peor.

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Traducción al español por Leopoldo Gurman.

Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible y de Políticas y Gestión de la Salud, y director del Earth Institute en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Copyright: Project Syndicate, 2014.
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