by redazione | 5 Aprile 2014 18:29
En 1956 Pierre Poujade, conocido como el «Robin Hood de la revuelta contra los impuestos», obtuvo con la Unión de Defensa de los Comerciantes y Artesanos (UDCA) 2.600.000 votos (11,6%) y 51 diputados, entre los que se encontraba Jean Marie Le Pen, convertido a sus 28 años en el diputado más joven de Francia. Su fuerza electoral se basaba, además de en una revuelta anti-fiscal, en un nacionalismo exacerbado por la crisis económica del momento y una crítica populista al sistema de partidos y a los políticos “profesionales”.
El advenimiento del general De Gaulle, nombrado presidente de la República en 1958, puso fin a este experimento político populista, aunque no al poujadismo, que fue desde entonces una herencia política en disputa.
Desde la experiencia del poujadísmo, la primera organización del espectro ultraderechista en volver a asaltar la escena electoral con cierto éxito fue el Frente Nacional que en las elecciones europeas de 1984 obtuvo el 10,95% de los votos, liderado por el ya entonces veterano político ultraderechista, Jean Marie Le Pen. A partir de este momento, el FN consiguió afianzar un nicho electoral que en las sucesivas contiendas le permitió no bajar del 9% de los votos y que alcanzó su mayor éxito en las presidenciales del 2002, consiguiendo pasar a la segunda vuelta con el 20% de los votos.
Las elecciones presidenciales fueron el cenit de la carrera de Le Pen, que consiguió, ante la sorpresa de la clase política francesa, colarse en la segunda vuelta de las presidenciales, lo que permitió que sus principales temáticas se trasladaran al centro de la arena política y condicionaran el debate público. Un proceso que fue titulado como la lepenización de los espíritus y que como el mismo Le Pen afirmó durante los comicios del 2002: “Todo el mundo habla como yo, me he normalizado”
Su campaña electoral se basó en la problematización de la inmigración, considerada la causa de la inseguridad ciudadana, agitando la bandera del populismo punitivo; el aumento del paro y la competición por servicios sociales escasos en una especie de chauvinismo del bienestar. De acuerdo con estos presupuestos, el FN enarbola la idea central del partido: la “preferencia nacional”, es decir, “los franceses primero”. Esta política aboga porque los franceses deben tener siempre preferencia en todos los ámbitos frente a los inmigrantes: “Algunos dicen querer a Francia para todos. Yo lo que quiero es la Francia para todos los franceses. Entended bien la diferencia” (Jean Mari Lepen )
El problema es que quienes parecen haber “entendido bien la diferencia” son los principales partidos, tanto los conservadores como los social-liberales que, a partir del éxito del FN en las presidenciales del 2002, parecen haber entrado en una competición por ver quién endurece más su discurso contra la inmigración en una escalada del populismo punitivo dentro de la política francesa.
De esta forma, los partidos del régimen de la V República francesa en lugar de plantear propuestas, medidas o políticas que pudieran combatir el discurso xenófobo del FN, están actuando como auténticos “aprendices de brujos”, aceptando el terreno de confrontación que propone la extrema derecha, asumiendo buena parte de las temáticas lepenistas y, en última instancia, legitimando este espacio político.
Así pues, la verdadera victoria de la extrema derecha del FN ha sido la normalización de su discurso y la introducción de sus principales contenidos tanto en el debate general como en las políticas públicas oficiales.
En este sentido, tenemos que juzgar la actuación de Sarkozy con mano de hierro, en tanto que Ministro de Interior, durante la revuelta de las banlieues de 2005, que le permitió granjearse una importantísima popularidad social, que a pesar de las reticencias de la mayoría de su partido, le permitieron acceder a la presidencia francesa. Desde donde incentivó un populismo punitivo, mediante la generación de una sensación de emergencia y de gran inseguridad a partir de algún hecho concreto, para convencer a la opinión publica que se necesitan medidas excepcionales y no ordinarias para combatir la situación que género la alarma.
De esta forma, creó un Ministerio de Inmigración, ofreció subsidios a los imanes musulmanes para que enseñaran los “valores franceses”, se opuso a la entrada de Turquía en la UE, test de integración o de “valores cívicos” a la población migrante. Aunque su última actuación fue la persecución, desmantelamiento y expulsión de comunidades gitanas o roms del este de Europa, asentadas en las periferias de ciudades francesas, a las que acusaban del aumento de la delincuencia y la mendicidad.
Con la derrota de Sarkozy y el ascenso del PSF al poder de la mano de Holllande parecía que las derivas autoritarias y punitivas de la política francesa hacia los migrantes y las minorías étnicas se suavizarían. Pero la lepenización de los espíritus también ha calado en el tuétano del PSF que, de la mano del hasta hace una semana ministro del interior, Manuel Valls, continuó con la expulsión de roms, (unos 5.000 según sus propios datos) y subrayó que desde entonces han disminuido los actos de delincuencia que se les atribuye. En este sentido, la precampaña de las elecciones municipales ha estado marcada por las expulsiones de roms que se han convertido ya en el asunto principal y en el chivo expiatorio del fracaso de las políticas sociales del gobierno de Hollande.
Como en las presidenciales del 2002 el PSF ha sufrido una importante derrota, y el FN ha conseguido los mejores resultados municipales de su historia con más de 1000 electos y con perspectivas de convertirse en una de las principales fuerzas en las próximas elecciones europeas. El gobierno de Hollande en vez de reconocer el fracaso de la inexistencia de sus políticas sociales y su giro social liberal de adaptación a la lógica económica austericida, ha preferido caminar por el sendero de la adaptación a la lepenizacion de los espíritus. Premiando el populismo punitivo de Manuel Valls y ascendiéndole a primer ministro ha quedado demostrado que al final Le Pen ya no solo es el FN sino que como predijo en el 2002: “ya todo el mundo habla como yo”. Y es que, al más puro estilo Thatcher, hoy a Marine Le Pen le podrían preguntar: ¿cuál es el mayor logro del FN? Y su respuesta, con una media sonrisa, sería: Manuel Valls, naturalmente.
(*) Miguel Urbán es responsable de Organización de Podemos.
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